Por Arturo Massol Deyá
Nace de un huevo de tamaño milimétrico. Al romper
su aprisionamiento, la diminuta oruga monarca de cabeza negra y cuerpo
transparente se alimentará inicialmente de su propio cascarón.
Luego seguirá insaciablemente comiendo hojas de la planta hospedera,
donde su mamá depositó estratégicamente su huevo y la de sus hermanos.
Su crecimiento dependerá del clima, la temperatura y otros factores
ambientales. Tras unas dos semanas y alcanzar una masa crítica de varios
centímetros, la oruga adulta con vistosas rayas negras, blancas y
amarillas buscará refugio bajo alguna hoja, rama o superficie alterna
para envolverse en seda.
Esta etapa se conoce como crisálida y es aquí donde ocurrirá uno de los grandes milagros de la naturaleza: la ‘meta-morfé’.
Metamorfosis [más allá de la forma anterior] es el proceso en el que
el tejido animal se reorganiza en una especie de sopa de la vida. Del
interior de la crisálida saldrá, tiempo después, la mariposa adulta para
primero estrechar sus alas.
Las dejará secar por unos minutos para entonces emprender vuelo libre
en búsqueda de plantas con flores que provean su alimento. Su éxito
está en aparearse, ser fecundada para luego depositar decenas de huevos,
reiniciando así el ciclo de vida.
En Puerto Rico habitan sobre 102 especies de mariposas de
coloraciones variadas con sus propios requisitos de vida. De esas, unas
cinco especies y diez subespecies han sido reconocidas como endémicas o
únicas de nuestra isla e islas adyacentes.
De las mariposas, la distintiva monarca ‘residente’, con sus alas negras y anaranjadas, quizás sea la más reconocida.
Pero más allá del proceso individual de este insecto, está el
impresionante fenómeno colectivo de millones de monarcas residentes del
norte de Estados Unidos y Canadá, que emigran a través de 4,500
kilómetros de distancia para llegar al centro de México.
Tras el anuncio del otoño, le tomará unas cuatro generaciones lograr
su magno recorrido, año tras año. Para esto necesitarán encontrar en su
trayectoria plantas hospederas (‘milkweeds’ o algodoncillos), así como
alimento para las mariposas en vuelo.
Escapar del recio invierno norteño explica su necesidad migratoria.
La monarca encuentra refugio en los bosques mexicanos de la zona de
Michoacán a 2,800 metros sobre el nivel del mar.
Llegar allí requiere enfrentar diversos desafíos, desde depredadores
naturales como sobrevivir zonas abusadas con plaguicidas o bosques
destruidos a lo largo de sus corredores ecológicos.
Aún así, este pequeño insecto de alas frágiles vence la física para
llegar a su refugio mexicano a la puesta de noviembre. Allí permanecerán
hasta que el equinoccio de primavera marque la hora de retomar vuelo al
Norte.
En ese ir y venir migratorio -cual mapa y brújula en mano- la
maravilla ecológica de las monarcas es un fenómeno simplemente increíble
de observar.
Tuve la fortuna de presenciarlo recientemente y, al conocerlo, la
hija del prisionero político puertorriqueño Oscar López Rivera me
escribiría: “Ahora comprendo por qué es el viaje soñado por mi Querido
Viejo. Un viaje que soñó hacer juntos desde mi nacimiento”.
Las monarcas siguen libres y aguardan -al igual que la mayoría de
este pueblo- su excarcelación. La tiranía contra un pueblo tiene muchas
caras.
Hay que romper el cascarón. El aprisionamiento de Oscar es una clara
señal de castigo de un imperio que manifiesta su poderío antidemocrático
contra un pueblo falto de soberanía.
Con 34 años de prisión, desconozco su destino. Sin embargo, guardo la
esperanza de que algún día este pueblo logre su excarcelación y pueda
regresar.
Y desde aquí emprender su propia travesía que le lleve a conocer una naturaleza viva que no responde a leyes de imperio alguno.
(El autor es columnista de La Perla del Sur. Para conocer
el ciclo de las mariposas puedes visitar el mariposario de Casa Pueblo
en Adjuntas o a la profesora Marisol Dávila en el mariposario Tanamá en
la UPR de Utuado).
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